Resumen
Eduardo Mendoza (Barcelona, 1943) dedica estas páginas, bajo el título de
Las Barbas del Profeta, a recordar una parte de los relatos de la Historia Sagrada, materia que se enseñaban en los colegios en la época de su niñez. En ella se resumían algunos de los episodios más relevantes de la Biblia, en términos adaptados a la capacidad de comprensión infantil. Pasados los años, el autor analiza pasajes del Génesis, el Éxodo, algunos libros sapienciales y el Nuevo Testamento, desde una perspectiva de crítica literaria, indicando que aquellas narraciones sintetizadas fueron, entre sus lecturas infantiles, las que más influyeron en su carrera de escritor.
Mendoza, premio Cervantes en 2016, considera que la experiencia la que alude fue uno de sus primeros viajes por el mundo de la ficción escrita. Aunque cree que el propósito de incluir la Historia Sagrada en los planes educativos era reforzar las creencias religiosas de los niños, afirma que, al menos en su caso, este efecto no se produjo, porque más que otra cosa le produjeron estupor. Aunque manifiesta sentir respeto hacia unas creencias de las que no participa, el enfoque de este ensayo, escrito en tono humorístico, el autor considera que la Biblia, a la que define como ?el compendio de mitos fundacionales más grande que existe?, encierra muchos aspectos que inducen antes a la sonrisa que a la adhesión espiritual, o bien revelan la cara oscura que, según él, encierra toda religión. Las historias de Caín y Abel, Abraham, Isaac, Jacob, José, David, Salomón y Sansón, entre otros, se analizan desde el punto de su estructura narrativa, el perfil de los personajes y la congruencia de su desarrollo argumental que, con frecuencia, se considera bastante deficiente. Escrita con el tono frívolo, irónico y desmitificador que le caracteriza, Mendoza aporta en esta obra su visión escéptica respecto a las enseñanzas que encierran los textos bíblicos, a los que no concede otra fuente de inspiración que la capacidad creativa de la mente humana, estimulada por el hecho de saber que las autoridades religiosas disponen de un instrumento de poder y sumisión de incalculable eficacia. Al margen de esta postura de fondo, que supone un claro distanciamiento respecto a la religión cristiana, muchos de sus comentarios están expresados en un tono que va de la ironía a la burla pasando por la caricatura, que resulta en todos los casos hiriente para lectores que consideran la Biblia como una obra inspirada por el Dios en quien han depositado su fe y su esperanza.
