Resumen
Una mujer tiene mucho tiempo de esperas y ha forjado de minucias un imperio. Y tú, que nunca has intentado traspasar ese Imperio, esa Luz o esa Alma, vas y en ella te escondes: en este cuerpo mío que destejió las sombras y había fecundado las noches de su vida con tu ausencia. Te encontró, trajo el fuego, ardimos los dos juntos y ahora ni en el fuego ni en el ascua: ceniza soy, y entre la ceniza de la llama doméstica me encuentro con todos los estigmas colgando de mis labios. Hijo del aire te llamé y nombré las dos alas que traerían al Silencio: setenta veces siete lo he sentido clavado en mis espaldas y vencida por él escribo desde el grito del mar que ha sido río, charco y llanto de las madres, desde el acontecer que va en lo sucesivo al infinito de todos los relevos en la ductilidad de lo creado. Así, la vida entre la vida hace ruido para espantar a la muerte y vengarse de su hierático silencio: por eso un niño llora. Antes, las madres hemos puesto jadeos guturales por las alcobas, por las salas de los hospitales, por los tinglados que habilita la tierra para que, por debajo de las estrellas, el río...