Resumen
En la primavera de 1949 la revista francesa Les Cahier de fa Pléiade publicó un texto inclasificable. Se trataba de uno de los guiones para cine de Antonin Artaud, que no llegaría a verse realizado sobre la pantalla. Aquel texto utópico y desconcertante se titulaba "Los dieciocho segundos": bajo la luz gaseosa de una farola, alguien "es víctima de una extraña enfermedad. Es incapaz de concretar sus pensamientos; conserva entera su lucidez, pero cuando se le presenta un pensamiento, cualquiera que sea, no puede darle una [arma exterior, es decir, traducirlo en los gestos y palabras apropiados" (Artaud 2002: 84). Incapaz de encontrar las ideas y palabras que necesita, alguien se ve en suspenso, en un lugar de nadie, atraviesa la noche fría, sin camino, temblando. En realidad, únicamente transcurren dieciocho segundos, como se marcaría con claridad en la pantalla para situar de manera adecuada al espectador. Sin embargo, todo aquello que recorre (lo que se podría llamar) el interior de esa silueta espectral, sin figura, "exigirá una hora o dos para proyectarse sobre la pantalla". Nada adquiere ninguna "forma exterior". En el último plano, se pega un tiro en la sien.<