Resumen
El politólogo norteamericano de origen japonés
Francis Fukuyama (Chicago,1952) conocido por su famoso ensayo
El fin de la historia (1992) sobre el fracaso del comunismo en la URSS, analiza en este primer volumen titulado
Los orígenes del orden político la evolución de las instituciones sociales y políticas desde la prehistoria hasta la Revolución francesa.
A partir de las primitivas formas asociativas que agrupaban a poderosas tribus unidas por vínculos étnicos y familiares, Fukuyama estudia el nacimiento de las naciones-Estados que lograron someter a sus dominios los pueblos de su entorno geográfico. Dedica especial atención a los imperios de Extremo Oriente, China y la India, como antecedentes del fenómeno político-religioso representado por el Islam que predica la Guerra Santa y muestra una sorprendente vitalidad a partir del siglo VII. Los seguidores de Mahoma tras la conquista de Oriente Medio, Egipto, Marruecos y la Península Ibérica alcanzaron su máximo esplendor con el Imperio Turco, que abarca por tierra y mar extensas zonas del centro y sur de Europa. El desarrollo institucional de los reinos de la Cristiandad durante la Edad Media, permite a los monarcas europeos iniciar el proceso de expansión marítima iniciado por navegantes portugueses y españoleas que abren nuevas rutas en el Atlántico. Después de abordar los motivos que impulsaron los descubrimientos geográficos, Fukuyama estudia las diversas fórmulas utilizadas por las administraciones coloniales para aprovechar los recursos y organizar, desde el punto de vista económico y político, las nuevas tierras conquistadas. Los últimos capítulos se dedican a estudiar las formas de gobierno que han permitido a la Civilización Occidental extender su influencia a escala universal de modo que se garanticen los derechos individuales, de acuerdo con el llamado el Principio de Legalidad frente al absolutismo. Dada la amplitud de las cuestiones abordadas y la complejidad de los temas planteados, la obra ha prescindido de civilizaciones tan destacadas como las del Antiguo Egipto, Persia, Mesopotamia o, por último el pueblo de Israel, Grecia y Roma, sin las cuales carece de base la cultura Occidental. Por otra parte, se atribuyen a la Iglesia Católica unos fines de dominio social, cultural y político ajenos por completo a los fines trascendentes del mensaje evangélico que el autor parece desconocer en su verdadero sentido.
