Resumen
“Nunca podré abarcar esta ciudad con palabras y ni siquiera lo voy a intentar... Simplemente voy a disolverme en ella. (...) −No me canso de observar y admirarlo todo, como un ciego que súbitamente hubiera recuperado la visión”. Así describía Simone de Beauvoir sus impresiones sobre Nueva York. Esta ciudad es conocida por ser la metrópoli que continuamente cambia de cara, que se reinventa a sí misma cada día. Una ciudad ágil, consciente de su propia valía y, en la actualidad, muy segura. Quien salga a las seis de la mañana, como cientos de otros deportistas, a correr por el “Central Park”; quien de esa forma pueda disfrutar del impresionante espectáculo que al amanecer brinda el sol al salir tras los gigantescos edificios de apartamentos del “Upper East Side” y pueda así oír el creciente rumor, ése llegará a la conclusión de que esta ciudad no ha cambiado en su esencia, en su genuina magia. Quien habla de Nueva York, normalmente se refiere a Manhattan. Si bien los otros cuatro barrios –Brooklyn, Bronx, Queens y Staten Island– son mayores en superficie, para la mayoría de los visitantes sólo hay una “city”: la estrecha isla ubicada entre el East y el Hudson River. Manhattan es famosa por su singular silueta. Ese horizonte urbano en el que desde el 11 de septiembre de 2001 se aprecia una enorme mella allá donde antes se encontraban las Torres Gemelas. Hoy, si se hace abstracción de “Ground Zero”, a la ciudad le va mejor que nunca. Cada año acuden más visitantes –hasta 40 millones− que a su vez dejan cada vez más dinero en la caja de la ciudad para la construcción de nuevos parques, museos así como grandes proyectos urbanísticos. Nueva York nunca se ha aislado, nunca se ha encerrado en si misma. Desde siempre fue una ciudad abierta, ávida de ideas, de información y de todo tipo de extravagancias. Y de noticias. Nueva York fue la primera metrópoli del mundo que llegó a ser rica, no tanto por sus productos, sino por el hábil manejo de la información. Como el
