Resumen
Un año en Nueva York sin electricidad ni papel higiénico.
Un progre con complejo de culpa estalla, se niega a consumir nada envasado en plástico, se convierte a lo orgánico, se vuelve un nazi de la bici, desenchufa los plomos, recicla sus excrementos como abono, y en general se transforma en un lunático abraza-árboles que pretende salvar a los osos polares y el resto del planeta de la catástrofe medioambiental, arrastrando por el camino a su niña de dos años y a su esposa adicta a Prada y a los hoteles de cinco estrellas.
«Desde hace casi un año, tratamos de sobrevivir en plena ciudad sin causar ningún impacto neto al medioambiente. Eso significa generar el mínimo de basura (así que nada de comida para llevar), no emitir dióxido de carbono (nada de conducir ni subirse a un avión), no verter toxinas en el agua (nada de detergente). Y, a la vez, hay que compensar el impacto que no conseguimos evitar (por ejemplo, plantando árboles). Ni hablar de ascensores, ni de metro, ni de comprar productos envasados, ni de plástico, ni de aire acondicionado, ni de tele, ni de papel higiénico» (Colin Beavan, The New York Times).
¿De verdad piensas que el consumismo da la felicidad?