Resumen
Este Litoral se ha construido con los mismos planos que Li&769;neas mari&769;timas, su antecesor en esta serie dedicada a los medios de transporte. Si antes habi&769;a capitanes, faros y barcos, ahora hay pilotos, aeropuertos y aviones. Los pasajeros siempre sera&769;n los mismos, no importa como viajen, si por mar, aire o por tierra, la poesi&769;a siempre los encuentra, abrazados en un muelle, en una lista de espera o solos en una carretera.
Y con esos planos en la mano pudimos cambiar buzos por paracaidistas o trasatla&769;nticos por zepelines sin alterar demasiado el rumbo, aunque fuera ahora el vuelo como idea poe&769;tica, lo que llevamos en el equipaje.
Los pioneros, en este anhelo de volar, nos dieron el primer impulso.
La aventura en el aire de I&769;caro, las ma&769;quinas voladoras con alas de pa&769;jaro de Da Vinci, ese «vole&769; tan alto, tan alto» de San Juan de la Cruz, hasta llegar a los cielos inflados que fueron los Montgolfier o a los primeros levitadores que, a finales del siglo xix, escribieron las primeras li&769;neas de la historia de la aviacio&769;n y tambie&769;n el ma&769;s serio manifiesto en favor de la locura de que se tenga existencia. Ma&769;s tarde aparecio&769; una rara avis, el aeroplano, ma&769;quina prodigiosa, fascinante desde sus inicios que ha revolucionado el tiempo y el espacio de nuestras vidas y que, en definitiva, es el eje que mueve el motor de este Litoral.
Hemos visitado a trave&769;s de la poesi&769;a, el arte y el microrrelato, hangares y aeropuertos, visto despegar y aterrizar aviones, nos hemos elevado en globos, helico&769;pteros y amerizado en hidroaviones, sentido el miedo a volar, hecho acrobacias, aviones de papel y saltado en paracai&769;das.
Aviadores y escritores tambie&769;n se han elevado en el cielo de estas pa&769;ginas, algunos con muchas horas de vuelo en la literatura y en las nubes, como D?Annunzio o Saint-Exupe&769;ry y otros he&769;roes de la aviacio&769;n o grandes pasajeros de la literatura.<